Una de las tradiciones más bonitas de Alemania en estas fechas es, sin duda, la corona de Adviento. A principios de diciembre, casi todas las casas se llenan del aroma del abeto recién cortado y del brillo cálido de las velas encendidas. La idea es sencilla pero cargada de simbolismo: cuatro velas, una por cada domingo de Adviento, que se van encendiendo semana a semana para acompañar la espera hasta Navidad.
Las coronas pueden ser más o menos elaboradas —con piñas, lazos, estrellas, ramas frescas o artificiales—, pero todas tienen ese aire acogedor que convierte cualquier mesa en un rincón especial. Es un ritual que marca el ritmo del invierno y que invita a parar, respirar y disfrutar en familia de un momento tranquilo antes del torbellino navideño.
En nuestra casa, esta tradición tiene además un valor añadido. Todos los años compramos nuestra corona a una vecina del barrio que dedica mucho tiempo y cariño a prepararlas… y lo mejor de todo es que dona todo lo recaudado a un proyecto benéfico diferente cada temporada. Así, decorar se convierte también en un gesto solidario.
Este año, sin embargo, ha sido aún más especial: mi hijo menor decidió ir a ayudarla y terminó haciendo nuestra propia corona de Adviento (¡la de la foto!). Volvió a casa orgullosísimo y contándonos cada paso del proceso.Partiendo de un aro de paja, fue fijando con alambre las ramas de abeto una a una, creando una base frondosa y suave. Después, con unos pinchos metálicos, colocó las velas para que quedaran firmes y rectas. Y finalmente con la pistola de pegamento caliente fue añadiendo las piñas, estrellas, bolitas doradas y rojas, hasta dejar la corona lista para el primer domingo de Adviento.
Ahora, cada vez que encendemos una vela, no solo celebramos la tradición alemana, sino también la ilusión y el esfuerzo de un niño que se estrenó como artesano navideño.
Las tradiciones son esto: pequeñas cosas que, cuando se viven en familia, se transforman en recuerdos. Y éste, sin duda, se quedará con nosotros muchos años.
